sábado

El día que me reconcilié con Madonna

Como mucha gente de mi edad, la aparición de Madonna en el mundo musical fue un aire fresco, nuevo, rebelde. Estabas saliendo de la infancia para comenzar una adolescencia y la música era un medio, junto con los libros, de expresión, de entender el mundo, de entenderte a ti misma. Ella ocupaba un espacio más junto con otros, muchos de ellos ya consagrados, otros comenzando igual que ella. Oías la radio sus canciones, las pocas que aparecían. Veías los pocos programas de TVE que hablaban de música y que tenían un apartado para la música internacional. Todo por buscar una forma de expresión a esa nueva vida que comenzaba con tu nueva edad. 

Se puede decir muchas cosas de Madonna, a favor y en contra, pero nadie debería ser tan cerrado de mollera de no reconocerle lo que fue en su momento y cómo ha sabido ir evolucionando para seguir ocupando un espacio en el mundo de la música de primer orden. Cierto es que ya no sabes si Madonna es un producto de marketing o qué exactamente, pero también es bien cierto que en el mundo que vivimos el que no sabe venderse no dura demasiado, y mucho menos en el mundo musical.

Dentro de su evolución, llegó un momento que me cansé de ella, de lo que quería representar, de su mensaje. Me parecía todo tan absurdo que simplemente dejé de oír su música, de interesarme por su trabajos. Era como que Madonna había dejado de ser ella, aunque fueron esos años donde más boom a su carrera hubo, seguramente.

Un día me volvió a sorprender, fue el día que me reconcilié con ella hasta el punto de querer ir a verla en directo y no paré hasta conseguirlo, inolvidable: Confessions Tour me dejó sin palabras.




Me es igual lo que se pueda decir de ella, me es indiferente la polémica que siempre se suelta de si canta o no en directo (francamente, no; o no todas las canciones) lo cierto es que con este trabajo demostró quién es ella realmente y que sabe resurgir, reinventarse para seguir en el candelero.

jueves

Me sentía un fondo de inversión

Hace tiempo leí una entrevista a Christina Rosenvinge donde hablaba con esa sinceridad tan característica de ella, como en sus canciones. O por lo menos, así lo veo yo. 

En esa entrevista llega a decir frases que, como alguna de sus canciones, entran dentro de mí y me hacen pensar que esta mujer me lee el pensamiento o me conoce mejor que mi madre.

Claro que hay multitud de diferencias, ella habla de su vida, y yo de la mía; que en nada tiene que ver excepto que somos mujeres y españolas, y poco más. Pero los sentimientos, los tropiezos, los aciertos, los momentos rebeldes porque estás cansada de las imposiciones de fuera, de tener que vivir siempre pensando más en lo que otros piensan, dicen, creen que debes hacer más que pensar en ti misma, en lo que realmente quieres hacer... ahí sí que hemos vivido o pasado por todo ese círculo vicioso, quizás por eso no me canso de oírla o de leerla. 

De ese círculo vicioso, al final, irremediablemente, tienes que salir, y es entonces cuando te creas a ti misma, y es entonces cuando realmente eres tú.

Después de este fin de semana, tantas caras y abrazos conocidos, soy más consciente que nunca que realmente hoy en día mi vida refleja todo ese camino que he tenido que dar. Dar un portazo a otra vida para comenzar de cero una nueva. Y el hecho de que todos me vieran mejor que nunca, que dijeran que mis ojos (algo que en mí jamás engañan) muestran que soy feliz, realmente feliz, todo eso lo confirma. 

Y es aquí donde quiero estar, es aquí donde he querido llegar y es desde aquí que pienso seguir caminando.

"Mi vida más que disparatada, diría que es poco convencional", como expresó Rosenvinge.

domingo

Marzo comienza bien

Sábado. Sigo en Madrid. Estoy nerviosa. Miro el reloj. Diez de la mañana. En hora y media me vienen a recoger.

Sinceramente, no sé como un reencuentro con tres amigos de esos que podemos catalogar de "toda la vida" se ha convertido en dieciséis amigos de "toda la vida". Pero lo cierto es que va a ocurrir, aquí, en la capital; muchos desde Galicia, otros de diferentes partes de la geografía, pero todos con el mismo deseo. Mi mente da vueltas. Nervios por las ganas tremendas de verlos, abrazarlos, mirarlos a los ojos, tocarnos, sonreírnos. Nervios porque todo haya cambiado tanto que ya seamos prácticamente desconocidos.

Llega la hora. Estoy en el lugar indicado, esperando al coche que viene a recogerme. Lo veo de lejos, los reconozco al momento. Con ellos hace diez años que no me veo. Paran en la vía, no importa el tráfico. Nos es igual en estos momentos. Para nosotros, no existe el caos del centro. Sólo nosotros tres. Los brazos se abren, los cuerpos se estrujan y... sabes que estás en casa. ¡EN CASA! Al fin.

Las conversaciones fluyen en el coche. Ponernos al día. ¡Qué difícil! De todos modos, no importa tanto. Estamos allí, juntos de nuevo. Eso es lo que importa. Me adelantan lo que me voy a encontrar, es decir, las personas, todos expectantes, soy la última en llegar. Con el resto hace ya dieciocho años que no nos vemos. ¡Cómo ha pasado el tiempo! ¡Cuántas cosas han ocurrido desde entonces! ¿Los reconoceré? ¿Me reconocerán?

Llegamos al lugar de encuentro. Multitudes yendo y viniendo es lo que veo, ¡vaya lugar qué hemos escogido para encontrarnos! No veo a nadie conocido; mi corazón está que se sale. Pero, de repente, saliendo de la niebla humana, aparecen las primeras sonrisas de oreja a oreja en rostros muy conocidos, son los adolescentes convertidos en adultos, los primeros brazos abiertos desde lejos y los primeros ojos con océano manifestándose. Y en cuanto me quiero dar cuenta, ya están allí todos. Soy a la que estaban esperando, la última en llegar; es divertido ver las colas para abrazarme. Como si fuese una estrella. Mi minuto de gloria.

Los brazos no dan abasto. Con algunos el abrazo se hace largo, no se puede evitar. Soy la que más han tardado en ver. Soy la que más ha estado desaparecida. Y aún no sé el por qué. Porque realmente siempre han estado presentes en mi vida, todos estos años. Lo vivido con cada uno de ellos forma parte de mi existencia, en ellos soy yo. Mi historia es su historia.  

Abrazos con susurros en mis oídos (Luis, tan característico de él, tan tierno como siempre; ese susurro, sus primeras palabras en el reencuentro: ¿cómo estás?), preguntas que no necesitan ser respondidas; emociones contenidas, piropos fraternales, miradas de niños con caras de adultos; son mis amigos, los de verdad, con los que he crecido, aprendido, reído, llorado, discutido, soñado, pensado. Parecemos todos unos críos, allí estamos, queriendo hacernos ya fotos como si fuese a terminar el día ya y tuviésemos que marcharnos.

Día intenso ha sido. Lo volvería a vivir. Poder charlar con ellos ha sido un lujo. Y siempre ese abrazo por sorpresa mientras charlas con otros, esa muestra de cariño repentina, porque sí, no porque hayas hecho algo, es porque ERES TÚ. Y es un refrigerio, una ola de mi océano entrando dentro de mí. Hace diez años, una compañera de piso de Barcelona me dijo cuando me vio encontrarme con uno de ellos: "Realmente lo amas, y lo he sabido en cuanto he visto que ni has titubeado para abrazarlo". Y no se equivocaba, los amo y sé que con ellos puedo quitarme toda máscara, porque no hay posibilidad de daño, no hay nada malo que me pueda pasar. ¡ESTOY EN CASA! ¡UN ABRAZO!