domingo

Marzo comienza bien

Sábado. Sigo en Madrid. Estoy nerviosa. Miro el reloj. Diez de la mañana. En hora y media me vienen a recoger.

Sinceramente, no sé como un reencuentro con tres amigos de esos que podemos catalogar de "toda la vida" se ha convertido en dieciséis amigos de "toda la vida". Pero lo cierto es que va a ocurrir, aquí, en la capital; muchos desde Galicia, otros de diferentes partes de la geografía, pero todos con el mismo deseo. Mi mente da vueltas. Nervios por las ganas tremendas de verlos, abrazarlos, mirarlos a los ojos, tocarnos, sonreírnos. Nervios porque todo haya cambiado tanto que ya seamos prácticamente desconocidos.

Llega la hora. Estoy en el lugar indicado, esperando al coche que viene a recogerme. Lo veo de lejos, los reconozco al momento. Con ellos hace diez años que no me veo. Paran en la vía, no importa el tráfico. Nos es igual en estos momentos. Para nosotros, no existe el caos del centro. Sólo nosotros tres. Los brazos se abren, los cuerpos se estrujan y... sabes que estás en casa. ¡EN CASA! Al fin.

Las conversaciones fluyen en el coche. Ponernos al día. ¡Qué difícil! De todos modos, no importa tanto. Estamos allí, juntos de nuevo. Eso es lo que importa. Me adelantan lo que me voy a encontrar, es decir, las personas, todos expectantes, soy la última en llegar. Con el resto hace ya dieciocho años que no nos vemos. ¡Cómo ha pasado el tiempo! ¡Cuántas cosas han ocurrido desde entonces! ¿Los reconoceré? ¿Me reconocerán?

Llegamos al lugar de encuentro. Multitudes yendo y viniendo es lo que veo, ¡vaya lugar qué hemos escogido para encontrarnos! No veo a nadie conocido; mi corazón está que se sale. Pero, de repente, saliendo de la niebla humana, aparecen las primeras sonrisas de oreja a oreja en rostros muy conocidos, son los adolescentes convertidos en adultos, los primeros brazos abiertos desde lejos y los primeros ojos con océano manifestándose. Y en cuanto me quiero dar cuenta, ya están allí todos. Soy a la que estaban esperando, la última en llegar; es divertido ver las colas para abrazarme. Como si fuese una estrella. Mi minuto de gloria.

Los brazos no dan abasto. Con algunos el abrazo se hace largo, no se puede evitar. Soy la que más han tardado en ver. Soy la que más ha estado desaparecida. Y aún no sé el por qué. Porque realmente siempre han estado presentes en mi vida, todos estos años. Lo vivido con cada uno de ellos forma parte de mi existencia, en ellos soy yo. Mi historia es su historia.  

Abrazos con susurros en mis oídos (Luis, tan característico de él, tan tierno como siempre; ese susurro, sus primeras palabras en el reencuentro: ¿cómo estás?), preguntas que no necesitan ser respondidas; emociones contenidas, piropos fraternales, miradas de niños con caras de adultos; son mis amigos, los de verdad, con los que he crecido, aprendido, reído, llorado, discutido, soñado, pensado. Parecemos todos unos críos, allí estamos, queriendo hacernos ya fotos como si fuese a terminar el día ya y tuviésemos que marcharnos.

Día intenso ha sido. Lo volvería a vivir. Poder charlar con ellos ha sido un lujo. Y siempre ese abrazo por sorpresa mientras charlas con otros, esa muestra de cariño repentina, porque sí, no porque hayas hecho algo, es porque ERES TÚ. Y es un refrigerio, una ola de mi océano entrando dentro de mí. Hace diez años, una compañera de piso de Barcelona me dijo cuando me vio encontrarme con uno de ellos: "Realmente lo amas, y lo he sabido en cuanto he visto que ni has titubeado para abrazarlo". Y no se equivocaba, los amo y sé que con ellos puedo quitarme toda máscara, porque no hay posibilidad de daño, no hay nada malo que me pueda pasar. ¡ESTOY EN CASA! ¡UN ABRAZO!

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